La fuga

Traía el grito de la tempestad pegado en mi espalda, me estuvo persiguiendo toda la noche miestras corria en la espesura del bosque, a pesar de la lluvia seguía allí, y escuchaba mis pensamientos, por lo que hacia lo posible por no pensar en cotra cosa que no fueran los canguros azules de la patagonia.

Cuando finalmente me detuve, la curiosidad se apoderó de mis sentidos y llevaron mi atención a las gotas que se deslizaban por un tronco seco de un árbol gigantesco, sus ramas y hojas sin vida aún estaban allí. Lo toqué, y con mis manos empecé a recorrer su supercifie, estaba frio y muy húmedo, seco totalmente de vida pero parecía como si su alma fallecida hubiera notado mi presencia, y ahora me llamaba desde el inframundo, con un sonido infernal que quemaba mis entrañas.

Ahora, a esta hora y cada noche en cada ahora de cada madrugada cuando la lluvia empieza arropar mi techo, no dejo de oir aquella voz fría como la muerte que me hizo correr hasta la orilla del acantilado y deslizarme por el vacio como polvo entre las aguas y aire que se mezcla con el viento.

01 marzo

Santos Ramón Guerra Faro - Todos los derechos Reservados

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